Ruta Ecohistórica en

San Miguel Coatlinchan, Texcoco, Edo. de México;

México.

 

 

Diseño: Studio Tlakua Xomoli

A 50 años de que Tláloc se fue de Coatlinchán

Distrito Federal— Sentado bajo la sombra de un árbol en plena plaza de San Miguel Coatlinchán, Margarito López Rivera, de 74 años, recuerda que el día que se llevaron el Tláloc hubo toque de queda.

“Los militares iban armados hasta los dientes”, cuenta don Mago, entonces de 22 años.

La gente había intentado impedir el traslado del imponente monolito al Museo Nacional de Antropología y el presidente Adolfo López Mateos decidió enviar al ejército.

No se sabe si es verdad, pero se dice que un vecino estuvo dispuesto a volar la escultura. “Ni para Dios ni para el Diablo”. Usaría la misma dinamita con que los ingenieros abrieron un camino para sacar el monolito de 165 toneladas del inaccesible paraje de los tecomates, tres kilómetros al oriente del centro del pueblo.

La casa de Salvador López, cronista de Coatlinchán desde 1985, era el paso obligado del convoy rumbo a la Ciudad de México. Acababa de nacer una de sus hermanas, cuenta, cuando escuchó el rumor de la gente: “Se llevan la piedra”. Las maniobras empezaron al filo de las 5:30 de la mañana del 16 de abril de 1964.

Atravesó el corral, se subió a una barda y desde ahí la vio pasar. Guarda una fotografía en blanco y negro de aquel momento. Los soldados están regados entre el tumulto, algunas mujeres llevan a sus niños en brazos. “Se puede ver el pesar, la cara de resignación de la gente”, dice don Salvador. Aquella fue la última vez que vio la piedra.

Frente a su casa está el centro de salud que el gobierno federal prometió edificar a cambio de la “donación” de Coatlinchán. Es una modesta construcción de una sola planta. Para los casos de gravedad hay que irse a la cabecera municipal, en Texcoco.

También les prometieron una réplica del monolito, que llegó con más de 43 años de retraso al pueblo. Antes rechazaron una hecha en fibra de vidrio. Fue colocada sobre una fuente en plena plaza de Coatlinchán y no en el paraje de los tecomates donde estuvo la original.

“No hubiera sido digno ocupar el lugar de la original”, remata el cronista. “Para nosotros no es el Tláloc sino la Piedra de los Tekomates”.

Los pobladores tampoco se han quedado cruzados de brazos, ataja Isrrael Martínez, delegado municipal de la villa. Si el gobierno federal ofreció dos pozos de agua, el pueblo se ha encargado de hacer cinco. Terminaron comprando además el terreno para la escuela prometida.

Coatlinchán es un importante centro ganadero con 12 mil cabezas y en sus talleres se confecciona ropa para grandes almacenes.

Los lugareños se aprestan para conmemorar 50 años de aquel “despojo”. La conmemoración comenzó este domingo e incluyó una rodada al paraje y la proyección en la plaza central del documental en 16 milímetros La Piedra Ausente, de la antropóloga Sandra Rozental y el cineasta Jesse Lerner, que narra la historia del despojo (Grupo Reforma 13/3/2014).

La conmemoración culminará el 16 abril con una jornada cultural. No esperan la presencia de alguna autoridad del INAH.

“Es una reflexión, no se olvida ese acontecer, muchos abuelos vivieron ese episodio. Es una reflexión para cuidar el patrimonio”, dice Isrrael Martínez, uno de los organizadores.

Ya está despejada un área del paraje de los tecomates donde se colocará un letrero alusivo: “La piedra de los Tekomates 1964-2014”, como recordatorio de que ahí estuvo la mayor escultura prehispánica tallada de América Latina, de mil 500 años de antigüedad.

Ulises Figueroa, vecino del lugar, inspirado por el documental La Piedra Ausente colocó en el paraje cuatro visores viewmaster que permiten ver cómo lucía la piedra. Estaba recostada con sus imponentes 7.20 metros de altura y no en posición vertical como ahora en el Museo Nacional de Antropología.

Fuente "Diario MX nacional".

Hace 50 años llegó Tláloc al DF y aún no pierde su magia e influjo

Mónica Mateos-Vega
 
Periódico La Jornada
Lunes 4 de agosto de 2014, p. 6
 

A 50 años de su llegada a la ciudad de México, para muchas personas el monolito que representa a Tláloc no ha perdido un ápice de su carácter mágico. Se le siguen atribuyendo lluvias torrenciales. Se le siguen dejando furtivas ofrendas de maíz. Se le sigue mirando con respeto en el nicho que ocupa frente al Museo Nacional de Antropología (MNA).

 

Pero también continúa siendo protagonista de encendidos debates que empezaron hace medio siglo, sobre todo los que tienen que ver con su identidad. Además, en Coatlinchán, estado de México, el pueblo de donde fue arrancada la deidad, la ausencia de Tláloc es aún una herida abierta.

 

Así explica la antropóloga Sandra Rozental, quien desde 2005 investiga los relatos en torno al monolito. Se trata, añade, de una memoria viva que se manifiesta de diversas maneras, por ejemplo, en las múltiples versiones que circulan en el propio Coatlinchán respecto del aciago día en que les arrebataron su piedra.

 

Que si se lo llevaron a la fuerza, que si las autoridades del pueblo negociaron y recibieron dinero, ya no importa tanto, quizás nunca lo vamos a saber. Como antropóloga me resulta interesante la enorme fascinación que todo lo relacionado con Tláloc despierta en esa comunidad, incluso a las nuevas generaciones. Viví en el pueblo año y medio, pude comprobar que todos están afectados de alguna manera por esa historia.

 

Testimonio fílmico

Además de preparar su tesis doctoral (para la Universidad de Nueva York) con el material que ha recabado durante casi una década, Rozental alistó el documental La piedra ausente, coproducido por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Instituto Mexicano de Cinematografía, gracias a un apoyo del Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad.

 

El filme fue dirigido por ella y el documentalista Jesse Lerner; se proyectó en abril como parte de las actividades conmemorativas por el cincuentenario de la llegada de Tláloc al Distrito Federal.

 

En La piedra ausente están los testimonios de jóvenes y niños, “algunos de los cuales llaman Bob Esponja a Tláloc y se ríen de eso. También hay toda una generación de personas, de 40 o 50 años, que vivieron el traslado en su niñez o que nacieron pocos años después, pero que recibieron el recuerdo de manera muy directa por sus padres; ellos son los que hoy día integran el grupo que solicita el retorno de la piedra a Coatlinchán.

 

“Pero también tratan de revivir toda la tradición prehispánica del pueblo, con las danzas rituales o ubicando los sitios sagrados. El pueblo vive en estos días un momento de transición muy violento, porque Chimalhuacán, que está a un lado, hasta hace poco era un pueblo igual que el de ellos, donde todas las personas se conocían, y de repente han construido cientos de casas en varios fraccionamientos de interés social.

 

“Los miles de habitantes nuevos comienzan a desdibujar la estructura social de la zona. Mucho del interés de las nuevas generaciones por Tláloc tiene que ver con ello. Personas de fuera comienzan a invadir de manera ilegal las tierras; está muy complicado y tenso el asunto.

 

Coatlinchán tiene ahora 25 mil habitantes, hace 50 años eran 3 mil. Por eso, la ausencia de la piedra une a muchas personas. En el seno de algunas familias que se pelean por herencias, por un predio o por títulos de propiedad hay una suerte de unificación cuando se trata del tema del traslado de Tláloc.

 

Más allá de Coatlinchán, agrega la antropóloga, la historia del monolito también es entrañable para los habitantes de la ciudad de México: “Es ya una leyenda urbana eso de que llovió cuando llegó, además de que muchas marchas se dan cita en el Tláloc; es decir, es un referente y sigue moviendo recuerdos y sentimientos de quienes participaron en su traslado, aquel 16 de abril de 1964.

 

“Por ejemplo, entrevisté a un señor de más de 90 años que suele ir a las clases de su nieto a contar cómo movió a Tláloc, y en efecto lo hizo, pues fue el encargado de hacer la negociación para adquirir las llantas que usó el tráiler que trajo la piedra.

Hay distintos personajes a quienes Tláloc afectó de diversos modos, varios ingenieros han publicado sus testimonios, al igual que lo hizo en su momento el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, creador del Museo Nacional de Antropología.

Una de esas voces es la del ingeniero Enrique del Valle Prieto, quien en 1964 era estudiante de ingeniería e hijo de uno de los colaboradores cercanos de Ramírez Vázquez. En un texto el propio arquitecto le solicitó en 2004 con motivo del 40 aniversario del traslado de Tláloc, Del Valle recuerda: “la empresa constructora me solicitó que estudiara la manera de trasladar la piedra a la ciudad de México y presentar un proyecto viable. Lo primero que tuve que hacer fue conocer el peso total de Tláloc. No fue obra fácil, porque no existía a la mano una báscula que pudiera pesar esa enorme piedra, ni una grúa que la cargara.

 

Cálculos hipotéticos

“Se me ocurrió para esa enorme labor, dividir la piedra, hipotéticamente, en secciones transversales a cada cierta distancia. Construí un andamio lo bastante seguro y complejo para ir midiendo a partir de un rectángulo, hipotético también, las dimensiones que me permitieran hacer un dibujo de la periferia de la piedra, o sea, lo que en ingeniería se llama dibujar las secciones transversales. La piedra mide aproximadamente 7 metros de largo (ahora de alto). Dibujé 22 secciones transversales. Después vino el problema de encontrar con la mayor precisión posible el área de cada sección transversal. Una vez resuelto el problema de calcular el área de cada una, se multiplicó por las distancias entre secciones. Con la fórmula de las secciones medias, calculé con mucha precisión el volumen de la piedra Tláloc: 68.047 metros cúbicos.

 

“Esta labor que aparentemente se ve fácil, llevó varios meses en completarse. Existen en mi poder copia de la bitácora, de las memorias y de los expedientes de todos los cálculos y proyectos que se hicieron para llegar a esas conclusiones.

 

El traslado

“Teniendo el volumen de Tláloc, el siguiente paso era calcular su peso, que era precisamente el objetivo de todo este proceso para estudiar cómo trasladarlo al Museo de Antropología en la iudad de México.

 

“Conociendo la composición física y química de la piedra, llegamos a la conclusión de que era un granito, clásico de esa zona de Texcoco, que aunque estaba un poco intemperizado, conservaba casi todas sus características originales. Busqué en el área una piedra, lo más similar posible, tanto química como físicamente, y con la ayuda de un profesor en un laboratorio de la ahora Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México encontramos el peso específico de la piedra y su peso volumétrico. El peso volumétrico de ese tipo de granito se determinó en 2.455 kilogramos por decímetro cúbico (litro)

 

Con esos datos pude determinar con bastante precisión el peso total de Tláloc: 167 toneladas métricas.

En entrevista con La Jornada, el ingeniero Del Valle narra que aquel 16 de abril de hace 50 años nos detuvimos un momento en una calle donde estaba la antigua estación de ferrocarril de San Lázaro; desde la noche anterior no habíamos comido. Mi mamá nos llevó comida, luego nos fuimos a cambiar de ropa, al regresar nos enteramos que estaba lloviendo en algunas zonas de la ciudad. Pero al Tláloc ni una gota lo tocó; cuando llegamos al Zócalo ya había llovido. Ahí descansamos otro ratito, mi hermano trabajaba entonces en Palacio Nacional y encendió las luces de inmueble; se iluminó la Plaza de la Constitución. Al otro día, los diarios señalaron que la llegada de Tláloc a la ciudad fue tan importante que hasta se prendieron las luces de ese recinto.

 

En 1993, el ingeniero Alfonso Tovar publicó también su versión del acontecimiento en el libro Cómo llegó Tláloc a Chapultepec, editado por el Instituto Politécnico Nacional, donde es maestro emérito.

 

Tenía 27 años en 1964, y trabajó en la obra exterior del Museo Nacional de Antropología. De su participación en los trabajos para trasladar a la ciudad de México a Tláloc comenta que le pidieron una propuesta para hacer una estructura que soportara una piedra grande.

 

Tovar relata a este diario que lo hizo de oídas, pues sin ver el monolito le fueron dando las dimensiones. También le encomendaron construir una maqueta pequeña del tráiler que transportaría la piedra, y me asignaron para el levantamiento de cables durante el trayecto, hice un censo en la calzada Zaragoza; además, supervisé el reforzamiento de las alcantarillas que estaban en la carretera federal para evitar que se vinieran abajo con esa carga extraordinaria, asimismo seleccioné la ruta de traslado.

 

Casi 30 años después de la llegada de Tláloc a Chapultepec, Tovar decidió hacer un libro monográfico con algunos de los apuntes que conservaba sobre los cálculos de estructuras; para completar su material elaboró algunos planos e incluyó textos históricos, entre los que destaca un comentario de la arqueóloga Eulalia Guzmán (1890-1985) acerca del monolito, que usó como prólogo y en el que la especialista apunta: Decir que se trasladó al Museo Nacional de Antropología en Chapultepec para poner al alcance del pueblo el valor artístico de este monumento representativo de una de nuestras culturas pasadas no justifica el despojo cubierto por la arboleda.