Ruta Ecohistórica en

San Miguel Coatlinchan, Texcoco, Edo. de México;

México.

 

 

Diseño: Studio Tlakua Xomoli

La piedra de los Tecomates salió por la fuerza (Reseña Histórica)
La comunidad de Coatlinchan  aún tiene presente los hechos que se dieron para  el saqueo de la piedra; los que eran niños y jóvenes en ese tiempo hoy lo recuerdan como si fuera ayer, y con nostalgia nos cuentan los hechos.

Todas las viviencias comentadas son muy interesantes, ya que tuvieron la dicha y el orgullo de convivir directamente con la piedra de los tecomates, en muchas ocasiones y principalmente, cuando salían con su familia a un día de campo y no se diga de los que eran pastores, pues convivían casi todos los dias con la piedra.

También cuentan que a menudo llegaban extranjeros y turistas para visitar a la piedra de los Tecomates, entonces los jóvenes y los pastores aprovechaban su presencia para conducirlos al paraje de la cañada del agua y a la vez venderles pequeños idolitos que encontraban al trabajar sus tierras, pues eran campesinos, y no sabian el valor histórico de dichas piezas.

Arrancado de su morada.
Arrancado de su morada.

Así transcurrieron muchos años hasta que un día: El personal del Gobierno de Adolfo López Mateos (1958-1964) se presentaron en la comunidad para platicar con las autoridades, pues querían llevarse la piedra a la Ciudad de México.

Pero la comunidad no estuvo de acuerdo, oponiéndose rotundamente a tal decisión. Días más tarde comenzó aún en contra de la voluntad del pueblo, con los trabajos de traslado de la piedra.

Los habitantes ante este abuso de autoridad, lanzaron algunas amenazas contra el  personal que llevaba a acabo la movilización. Pero sin importarles, hicieron caso omiso de los comentarios violando su derecho de propiedad  comenzaron de inmediato a marcar y posteriormente a agrandar la vereda para convertirla en camino y conducirse hacia la cañada del agua para poder desenterrar la piedra.

El personal estuvo trabajando por un buen tiempo hasta que lograron levantar una estructura que sostendría a la piedra por medio de cables de acero y de esta forma permitir que una plataforma entrara por la parte de abajo de la piedra. El alboroto por parte de la población creció aún más cuando vieron llegar más maquinaria incluyendo una plataforma, la cuál detuvieron en la entrada del pueblo.

La gente se unió para evitar el saqueo de la piedra, por eso los señores, señoras y jóvenes lanzaron piedras, contra los vehículos del personal, logrando bloquear totalmente la vía de acceso al pueblo. Al abandonar el personal del gobierno sus vehículos y la plataforma, presurosos poncharon las llantas y le echaron tierra al tanque de gasolina. Posteriormente la plataforma fue devuelta para ser reparada de los daños ocasionados por los pobladores.

Mientras tanto los habitantes de Coatlinchan aprovecharon la rebelión para sabotear los trabajos de traslado, logrando tirar la base de vigas y cortar por la noche los cables que ataban la piedra para que volviera a caer en su lugar de origen. Al liberar la piedra de los cables que le ataban, se llevaron las herramientas y escondieron todo material de que se pudiera disponer para que continuaran con los trabajos del saqueo.

Debido a esta oposición, al otro día fue enviado el ejercito mexicano, los cuáles se dispersaron por todo el pueblo tomando calles y sitios estratégicos para vigilar a la gente, y de esta forma evitar cualquier otro acto de oposición. Tomaron inclusive la Iglesia del pueblo, para que la gente no hiciera uso de las campanas, señal en la comunidad de alarma. Se sentía un ambiente pesado, un ambiente de frustración, de coraje e impotencia, la gente temerosa evitaba salir a las calles, pues los soldados interrogaban a todo aquel que salía de su casa para saber ¿quién era?, ¿a donde se dirigía?  ¿Y que buscaba?.

La población quedó atada de manos y ante  la impotencia de no poder hacer nada para evitar el saqueo. Eran tiempos difíciles...ahora se preguntan las nuevas generaciones, ¿qué habría pasado si a pesar de esto la gente se hubiera mantenido firme en su decisión? ¿hubiera habido una matanza por parte del ejercito?, recordemos el 68.

Dias después concluyeron con los trabajos de excavación que dejo libre la piedra y llegó el día de su traslado. Varias patrullas de federales de caminos, los soldados, camionetas, antropólogos, ingenieros, electricistas, mecánicos, periodistas y medios de comunicación se encargaron de inspeccionar la partida de la piedra de los tecomates, hacia el distrito federal.

Era de mañana un 16 de abril de 1964, cuando la enorme piedra, bajo hacía el pueblo arrastrada por dos buldózer, escoltada por soldados y arqueólogos que la acariciaron como aves de rapiña, se llevaron  el tesoro más grande con que contaba la comunidad de Coatlinchan.

A su paso por el pueblo la gente trató de acercarse para despedirla con  tristeza, pero los soldados lo impedían,  ¡no es justo que nos despojen de algo que es nuestro! dice un vecino del lugar. En el transcurso del camino, la piedra de una manera extraña se atoraba entre los árboles  como resistiéndose a salir de su lugar de origen, ¡Una gran injusticia se cometió!.

Rumbo a la cd. de México.
Rumbo a la cd. de México.

El grupo  avanzaba lentamente por el peso de la piedra, los rostros de la gente reflejaban una enorme impotencia; al ver el  avance de la piedra y la gente alrededor, más bien parecía un cortejo fúnebre por la tristeza reflejada en los rostros de la gente, por el silencio, por las lagrimas... ya no hubo más guerreros águila, guerreros jaguar que la defendieran de gente extraña que lo arrancaba de su lugar de origen.

Se llevaron la piedra en contra de la voluntad del pueblo, violando totalmente el derecho de propiedad, por eso, los pobladores de Coatlinchan, aunque tristes por el saqueo de esta “joya” y celosos de su identidad cultural, se encuentran unidos y deseosos de preservar lo mucho que les queda... y tal vez algún día la “Piedra de los tecomates” retorne a su lugar de origen, su amado Coatlinchan.

 

Crónica de su salida.

Reseña en video de su saqueo.

La otra crónica

 

LLUEVE A CANTAROS DURANTE EL TRASLADO DE
TLALOC, DIOS DE LA LLUVIA
Mexico 1964

Por Luisa Riley
Llueve sobre la ciudad de México. Tláloc, el dios de la lluvia, está entrando a la capital. El aguacero no es como muchos otros de los que caen en temporada de lluvias. Éste, dice inquieto un vecino de la colonia Hipódromo, “es el castigo del dios Tláloc para los irreverentes que lo movieron de su ancestral morada”. Tláloc, Señor de los Tecomates, gigantesco monolito de 167 toneladas de peso, permaneció inmóvil sobre su espalda durante 15 siglos, en el lecho de un río seco, cercano al pueblo de San Miguel Coatlinchán en Texcoco. Hoy, jueves 16 de abril de 1964, colocado en la entrada del nuevo Museo Nacional de Antropología e Historia, pasará a formar parte de la estatuaria del Paseo de la Reforma. Los habitantes de Coatlinchán intentaron en tres ocasiones detener el traslado. A golpes de marro rompieron la estructura que sujetaba al enorme monolito de piedra para que éste cayera nuevamente en su sitio original. En esa ocasión detuvieron y golpearon, no en vano, a los trailers y sus choferes. También poncharon algunas de las llantas de la plataforma que serviría para transportarlo y los niños amenazaron con tenderse sobre el camino para detener la reubicación del Dios de la lluvia. Esta vez, oponerse, hubiera tenido un alto costo.

Además, a cambio de Tláloc, los vecinos de Coatlinchán aceptaron una escuela con 8 aulas, taller y desayunador; un centro de salud y la pavimentación de la calle que une a la localidad con la carretera que va a Texcoco. La tropa, con órdenes expresas de no disparar, se apostó en el poblado desde el mes de febrero. Los agentes secretos ocuparon el campanario de la iglesia y vigilaron de cerca las casas de los que fueron identificados como incitadores de la rebelión. “Vamos a tener que ir para ver a ese doctor que va a ser presidente y que nos lo devuelvan”, dijo sin resignarse, doña Sabina Soprano. A las 6:20 de la mañana, en la hacienda de Tepetitlán en Coatlinchán, Texcoco, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez se persignó, y dio la voz de mando que puso en marcha la Operación. ¡Adelante! Gritó el encargado.

Los motores de dos tractores y un buldozer se encendieron, 860 caballos de fuerza hicieron vibrar la plataforma que, soportada por 72 llantas, cargaba al Tláloc y un silencio melancólico se apoderó de todos los allí presentes. “Yo me voy - sentenció Luis G. Olvera- pues este pueblo ya quedó borrado del mapa.” Se iniciaba apenas el traslado cuando un árbol se interpuso en el camino de Tláloc, exhumado a principios de este siglo en el lecho del arroyo de Santa Clara. La enorme piedra rompió una gruesa rama y lentamente dejó atrás la árida y amarillenta tierra de aquel arroyo para entrar al pueblo de San Miguel Coatlinchán. Los 60 minutos más largos del recorrido comenzaron allí. Los dos mil habitantes del poblado siguieron en silencio el jadeo de las máquinas. Desde una azotea una mujer joven esperaba ansiosa al cortejo. Traía una bolsa de confeti en la mano. Con un gesto impasible lanzó un baño multicolor sobre la figura del Señor de los Tecomates. Eran las 11:20 de la mañana cuando la enorme plataforma se detuvo en el entronque con la carretera a Texcoco. Algunos de los hombres que esperaban en ese lugar se acercaron, miraron fijamente al enorme monolito que yacía boca arriba, amordazado con 42 cables de acero y sin decir palabra volvieron a sus casas.

Tres patrullas de la Policía Federal de Caminos, cien soldados, un carro de bomberos, una camioneta con seis gatos hidráulicos, repleta de llantas de refacción y un ejército de antropólogos, ingenieros, electricistas, mecánicos y periodistas se encargaban de desplazar sobre el asfalto 226 toneladas de peso.


Un ferrocarril carguero pasó cerca y el maquinista, respetuoso, se quitó la gorra e hizo sonar tres veces el silbato. Una fila de vehículos de 5 kilómetros, ciclistas y mujeres con sus hijos seguían el lento caminar de la plataforma. Eran las 2:40 de la tarde cuando el Tláloc llegó a la calle Ignacio Zaragoza, donde centenares de niños se arremolinaron en torno a la figura. Por las avenidas Hangares y Aeropuerto la gente se asomaba en las ventanas y las azoteas, lanzando ¡vivas! al dios de la lluvia. Una verdadera maraña de cables eléctricos y de teléfonos dificultaban la maniobra. Al paso de la enorme escultura, las calles se sumergían en la tinieblas y el aire se llenaba de un olor a hule quemado. A las 8:40 de la noche esta extraña procesión detuvo su andar. Se encontraba entonces en la glorieta de Morazán. Habría de esperar allí a que la noche avanzara y le abriera el paso hacia la nueva morada de Tláloc en el bosque de Chapultepec. “Vamos a ver si este mono en realidad provoca la lluvia”, le dijo un periodista a sus colegas. No bien había terminado estas palabras cuando un relámpago iluminó el cielo y tronó violentamente, como si de inmediato, los tlaloques a la orden de Tláloc volcaran sus baldes de agua desatando un fuerte aguacero sobre la ciudad.

Llueve a cántaros. Grandes charcos obstruyen el tránsito en Tlalpan, el Viaducto y el Anillo Periférico. En las avenidas de Xola y División del Norte, en Parque Lira, Tacubaya y la calle de Monterrey, cuadrillas del departamento de Aguas y Saneamiento intentan destapar las alcantarillas. El agua alcanza un nivel de 40 centímetros. En la colonia Roma y en la Hipódromo, la visibilidad es casi nula. No lejos de allí, en Insurgentes, a las afueras de la tienda Sears Roebuck se desploma una barda encima de seis automóviles. El agua también invade las bodegas del edificio y sepulta, bajo una capa de lodo, muebles y enseres. “Ahora si creemos que Tláloc es el dios de la lluvia. ¡Mire usted lo que nos ocasiona”, dice una de las personas que acude ante el Ministerio Público a presentar una denuncia por daños en propiedad ajena. Entrada la noche se reanuda la marcha que sigue la ruta de las grandes recepciones. Reflectores de luz blanca persiguen a Tláloc cuando entra al Zócalo. Son las 10:38, el Palacio Nacional, el edificio del ayuntamiento y la Catedral se iluminan para recibir a la monumental figura. La marcha estridente de los trailers ensordece los gritos de una multitud de cinco mil gentes que acompañan y esperan al cortejo.

El dios teotihuacano es vitoreado en Madero, en el escándalo de los bocinazos y en medio de una valla humana, pasa frente al hemiciclo del Benemérito de las Américas. Ahora se encuentra en Reforma con Cuauhtémoc y junto a los hombres ilustres convertidos como él en estatuas del pasado, sus hermanos de piedra, bronce y mármol. Hay gente en los árboles y encima de los monumentos. A la 1:13 de la madrugada, en perfecta sincronía, los dos tractores que jalan la plataforma de 23 metros de largo y el buldozer que la empuja se detienen en seco frente al nuevo Museo sobre Paseo de la Reforma. La Operación Coatlinchán, considerada como el acontecimiento arqueológico del siglo, ha terminado. De ahora en adelante, Tláloc, un fantasma del pasado yace, frente a su propio reflejo, sobre un espejo de agua que lo circunda.

¡TLALOC… TLALOC…!

Por Alberto Ángel “El Cuervo”

 

Eran pocas las cosas o los sucesos que tenían el poder de arrancarme de aquella melancolía en la que me hallaba sumergido desde mi llegada a la Ciudad de México… La añoranza por las andanzas en aquella Colonia 18 de Marzo era cada vez más fuerte… La manera que tenía de combatir la tristeza por mi tierra y mis amigos era caminando… Una tarde me fui desde la casa de mi abuela Candita allá en la calle Fundidora de Monterey 115 en la Colonia Industrial, hasta lo que era en aquellos años, la afamadísima calle San Juan de Letrán… ahí recorrí las vitrinas mágicas de aquellas tiendas que ofrecían cualquier artículo… Cualquiera… No había objeto alguno de cualquier clase que no pudiera uno encontrar en San Juan de Letrán… Muchas tardes en esas caminatas que, con el pretexto de conseguir el material para la escuela, realizaba en un intento de meditar en solitario, me sorprendió la lluvia… En aquel entonces, todavía era posible recolectar el agua de lluvia con la seguridad que tendríamos un líquido absolutamente limpio y saludable… El agua de lluvia era incluso recomendada para aliviar los males dada su pureza… Ahora, el agua cae arrastrando toda la terrible contaminación del aire sobre la Ciudad de Los Palacios… La llamada región más transparente hace ya mucho tiempo… Me gustaba caminar entre la lluvia… Junto con aquel pordiosero que en muchas ocasiones encontré en San Juan De Letrán, era yo tal vez el único demente que se detenía a mirar los escaparates de aquella mágica avenida de nuestra Ciudad bajo el aguacero del que ambos bebíamos levantando el rostro con la boca abierta y riéndonos en una complicidad muy especial… Mientras observaba los relojes de buzo imaginaba comprarme uno y llevarlo a aquella poza mágica donde los clavados nos hacían soñar con que lo hacíamos desde la plataforma de diez metros… La gravera… Agua cristalina que nos permitía saber exactamente hacia donde dirigirnos en el fondo para rescatar una moneda de 20 centavos, de aquellas monedas de cobre que por un lado tenían el escudo nacional y por el otro la Pirámide del Sol, La que fuera y sigue siendo uno de los emblemas de la ciudad de los dioses: Teotihuacan. Así, sin acento, porque no obstante la costumbre que desvirtúa, es una palabra grave y no aguda… Pues aquella poza de agua cristalina, me hacía sentir la presencia de vida… Era como un rincón de perfecto equilibrio ecológico… Y claro, el agua es por antonomasia el principio de la existencia, de la vida misma… Cada vez que podíamos, después de algún partido o simplemente cuando cuando decidíamos irnos de pinta en las bicicletas, llegábamos hasta la paradisíaca gravera que en aquel entonces quedaba fuera de la ciudad… Después de muchos años, regresé a mi querido Minatitlán… Tenía toda la intención de visitar una vez más nuestra poza vital de aguas cristalinas… Tristemente me encontré con que la mancha urbana había invadido aquel mágico rincón y las aguas cristalinas eran ahora un lugar maloliente y contaminado con muchos de los deshechos industriales que deja nuestro avance en la historia de la humanidad… Cada vez es más frecuente encontrar que los otrora límpidos manantiales, arroyos, lagos, ríos, y cualesquier otra fuente proveedora del líquido vital, se han vuelto inservibles para la vida a causa precisamente de la vida carente de conciencia que la humanidad entera ha llevado… Las tardes de lluvia siempre han ejercido una magia muy especial en mí… Y aquella tarde, además de la lluvia cómplice de las emociones intensas, un factor de grandes dimensiones en todos los sentidos, acrecentaría el sentimiento mágico que el agua que cae del cielo conlleva… Hablo del arribo a la Ciudad de México de quien, según los antiguos mexicanos, era el responsable de la lluvia en tanto que la deidad en ese rubro: Tlaloc. Tan importante fue Tlaloc en la cosmogonía del antiguo México, que en la cima del templo mayor, justamente había dos altares dedicados a las dos deidades más importantes: Huitzilopochtli y Tlaloc. Ahora bien, en realidad es una dupla a quien corresponde la responsabilidad de las aguas según los antiguos mexicanos: Tlaloc y Chalchiutlicue, la también llamada pareja acuática de las deidades del mundo mesoamericano. Hay mucha controversia acerca del origen del nombre de Tlaloc. Según algunos autores, Tlaloc viene del Náhuatl Tlaloa que quiere decir darse prisa… Algunos otros, como Alfonso Caso, nos dicen que significa “Aquel que hace brotar” y el célebre investigador e historiador Dr. Miguel León Portilla, opina que Tlaloc viene de Tlalli, tierra y oc, desinencia para “estar”. Es decir, significaría “el que está en la tierra, el que la fecunda”. Aunque el significado que nos marca el Dr. León Portilla suena muy convincente tanto por la lógica en la semántica como por su indiscutible trayectoria tan prestigiosa como investigador, no se ha podido dilucidar bien a bien el origen semántico de Tlaloc, lo que no sucede con el nombre de Chalchiutlicue, que significa “La de la falda de jade” haciendo clarísima referencia al color de las aguas. En lo que se refiere al origen de esta magnífica obra escultórica, se ha considerado después de muchos estudios, que indudablemente es debida a la cultura teotihuacana cuyas fronteras iban mucho más allá de la población de Coatlichán, lugar donde fue encontrado el enorme monolito. Sería en el año de 1882, cuando el día 9 de agosto salió hacia San Miguel Coatlinchán, municipio de Chicoalapan en el Estado de México. La comitiva estaba formada por: Don Gumersindo Mendoza, director del Museo Nacional de México, el señor Jesús Sánchez, profesor de Zoología y Botánica de la Universidad Nacional y nada menos que el celebérrimo pintor de nuestro México, el genial paisajista Maestro José María Velasco quien en ese entonces fungía como dibujante oficial del Museo mencionado arriba. En el tomo III de los Anales de los Libros del Museo Nacional allá por el año de 1886, fue consignada la reseña que hiciera su Director Don Gumersindo Mendoza, misma que palabras más o menos, dice: “A una legua aproximativamente de aquel pueblo, San Miguel de Catlinchan, en terrenos de la Hacienda llamada Tepetitlán, existe una hermosa cañada por cuyo fondo corre hacia el Lago de Texcoco el agua que baja de los altos montes que por ese rumbo circundan el Valle de México siendo de ellos uno de los más notables (se refiere a los cerros, lógicamente. Aclaración del que escribe)el llamado Tlaloc el cual en tiempos muy anteriores a la conquista europea fue sitio muy especialmente dedicado al culto del dios de las lluvias, relámpagos y truenos, por cuyo motivo conserva hasta el día el nombre de este dios, el más antiguo conocido y adorado por los americanos…” fue precisamente en esa cañada mencionada en la reseña oficial, donde se encontró la gigantesca estatua con dimensiones de verdadero asombro “7 metros de longitud, 3.80 de latitud y 1.50 de espesor… Superiores a las de todas las estatuas indígenas de esta clase que conocemos… Se trata de una deidad… De las más conocidas y reverenciadas por las naciones del Anáhuac…” Debido a la descripción que de la estatua hizo el Profesor Jesús Sánchez, se pensó en un principio que se trataba de una diosa. Pasado el tiempo, se aclararía que se trataba de una deidad masculina del que se derivara justamente el nombre del cerro: Tlaloc… Esta colosal escultura que se encontró en la cañada, estaba situada anteriormente en la cima del cerro de su nombre, a manera de adoratorio para orar por la captación divina de las aguas para beneficio de los teotihuacanos. Por causas naturales o bien por intento de destrucción de los europeos, el monolito cayó hasta la cañada donde en 1882, el Maestro Velasco captó en muchos dibujos donde consta que el estado de Tlaloc era distinto y que por vandalismo fue destruido en parte tal como el pie izquierdo que ahora ya no existe. Las deidades de la lluvia en las culturas mesoamericanas son de indiscutible relevancia: Tlaloc, en Teotihuacan, Cocijo para los zapotecas, Chaac para los mayas o Tajín para los totonacos, pero siempre se encuentra el Dios de las lluvias en todas los pueblos del antiguo México. En el invierno de 1962, se decidió el traslado a la Ciudad de México de Tlaloc, y para ello, fue encargado al señor Salvador García Ramos, gerente de producción de la compañía Trailmobile de México la construcción de la plataforma o el remolque o cama donde el monolito de aproximadamente 180 toneladas de peso. Finalmente, después de sortear muchas dificultades que iban desde la inconformidad de los habitantes de Coatlichán quienes en varias ocasiones destruyeron plataformas y maquinaria, Tlaloc sería montado en la impresionante plataforma-remolque de 12 metros de largo por 2.5 de ancho y 5 toneladas de peso, para su transportación a su morada permanente a las puertas del Bellísimo Museo Nacional de Antropología en el Paseo de la Reforma.

 Yo regresaba de una de aquellas caminatas a San Juan De Letrán, cuando bajando por Av. Juárez rumbo al Caballito de Reforma, comenzó a llover intensamente… No obstante la lluvia, una multitud acordonaba la Av. Juárez… Curioso, me acerqué para observar de qué se trataba el evento tan aparentemente atractivo… La piel se erizó cuando vi pasar la gigantesca plataforma rodante con Tlaloc en posición horizontal sobre ella… Los gritos se fueron haciendo más intensos cada vez… No importaba la lluvia que arreciaba, empapados todos los presentes, con la emoción a flor de piel solamente atinábamos a corear con toda la potencia vocal posible: —¡TLALOC, TLALOC, TLALOC, TLALOC…! Y de nuevo el llanto, pero ahora no era el llanto melancólico de aquellas caminatas en San Juan de Letrán, no… Ahora era un llanto de un extraño orgullo, un extraño regreso al origen que me acompañó hasta llegar caminando a casa de mi abuela con el oído y el alma resonando aún por aquel coro majestuoso e improvisado: —¡TLALOC, TLALOC, TLALOC…!— En la ensoñación evocadora de aquella entrada del Dios de la lluvia a nuestra ciudad.

 

*Cantante, compositor y escritor